
12 Jun Sueño de unas merecidas vacaciones…
Mi hijo mayor está celoso. Mi hijo menor, con una severa crisis de angustia por separación. Es decir; no quiere saber de nadie más en el mundo que no sea yo. ¿Cómo se hace?
Hace más de un mes que no tenía un minuto para sentarme a escribir. Martín sigue igual de sus alergias y trastornos digestivos. Su supuesta inmadurez estomacal -que a estas alturas ya debería haber empezado a mejorar pero… ehhh… NOT-, sigue haciendo que se despierte como mínimo 10 veces por noche con cólicos y/o gases. Todavía me siento como si tuviera un mes y viviera en ese limbo temporal conocido sólo por mamás de recién nacidos, que no saben nunca qué día es, qué hora, en qué mes estamos, ni pueden creer que el mundo ahí afuera siga girando a la misma velocidad.
Julián me odia. Está enojado conmigo. Día por medio me dice que no quiere que sea su mamá, que me vaya, que ya no me quiere. Si, ya sé que tiene 4 años y no lo dice con intención. También sé que se le pasa a los pocos minutos. Pero pucha que es fuerte sentir el sufrimiento de un hijo por tener que compartirte. Y por la cresta cómo duele el corazón cuando, aun sabiendo que no es verdad, te dicen esas cosas haciéndote sentir una mierda.
Pero no vengo a quejarme. Estoy entregada en cuerpo y alma a mi nuevo estilo de vida de mamá full time de dos niños en intensas y agotadoras etapas. Renuncié a mi pega, cosa que me ha alivianado la carga que ya estaba siendo demasiada con 10 meses insomnes. Me costó tomar la decisión. Sólo yo sé cuánto tiempo estuve analizándolo, porque no soy de quedarme en la casa. Pero sé que cuando llegue la calma, podré tomar uno que otro proyecto que me anda rondando y lo haré como me gusta, con toda mi energía puesta en ello.
En mis noches en vela, mientras paseo a Martín en brazos en el living, con todas las luces apagadas para que no se desvele ni despierte a nadie, entre todas las tonteras que pienso, me imagino de viaje. Hago listas mentales con los lugares que me faltan por conocer. Me visualizo arriba del avión, champaña en mano, lista para disfrutar de un nuevo destino en la mejor compañía. Con esa libertad que sólo se puede sentir cuando aún no hay hijos. Libertad que, obvio, jamás aprecié porque no es posible entender la magnitud del cambio de vida que ser mamá conlleva. Y ahí, cuando estoy por los cielos mirando las esponjosas nubes a través de la ventanilla del avión, todo se derrumba. Porque me acuerdo que soy de esas mamás tan aprensivas, mamonas o como quieran llamarlo, que sufre ante la sola idea de separarse de sus retoños aunque sea unos días. Que se martirizan pensando qué pasaría si se cae el avión y sus niños quedan huérfanos por culpa del simple capricho de querer conocer el mundo por un ratito, quién los cuidaría, qué sería de ellos. Qué pasa si despiertan en la noche con pesadillas llamando a la mamá, y la mamá no está. Qué pasaría si simplemente me necesitan y yo no estoy. Si quieren un abrazo, si tienen pena, miedo, dolor. Y vuelvo a la realidad, así de golpe.
¿Estaré loca, señor? Si hay alguna como yo ahí afuera, le ruego dejarme un comentario de apoyo. Las que tienen esa admirable capacidad de dejar a los niños unas semanas, sin miedos ni culpas para irse de vacaciones con el marido, les RUEGO, compartan el truco. Sólo sé que por el momento, me espera una nueva noche en vela.
(Foto por Ross Parmly)
Sin comentarios